miércoles, 6 de abril de 2011

Complaciones III

Pero siempre hay otro tiburón, otro asesino,

Otra boca que alimentar.


(…) Algunas voces Shakespeare; Hamlet, Acto tercero, Escena primera.


Ser, o no ser; ésta es la cuestión: si es más noble sufrir en el ánimo los tiros y flechazos de la insultante Fortuna, o alzarse en armas contra un mar de agitaciones, y, enfrentándose con ellas, acabarlas: morir, dormir, nada más, y, con un sueño, decir que acabamos con el sufrimiento del corazón y los mil golpes naturales que son herencia de la carne. Ésa es una consumación piadosamente deseable: morir, dormir; dormir, quizá soñar: sí, ahí está el tropiezo, pues tiene que preocuparnos qué sueños podrán llegar en ese sueño de muerte, cuando nos hayamos desenredado de este embrollo mortal.



Kant; Crítica a la razón pura, § 14, 4. (p. 147)


Hay sólo una experiencia, en la cual son representadas todas las apercepciones en concatenación integral y conforme a leyes; así como hay un sólo espacio y un tiempo, en los cuales tienen lugar todas las formas del fenómeno y toda relación del ser o del no ser. Cuando se habla de diversas experiencias, son sólo otras tantas percepciones, en la media en que ellas pertenecen a una y la misma experiencia universal. Pues precisamente en la unidad integra y sintética de las percepciones consiste la forma de la experiencia, y no es nada más que la unidad sintética de los fenómenos según conceptos.



Heidegger, La meditación, § 13 La filosofía (p. 53)


Por cierto todo discurso acerca de la “decisión” tiene ahora que caer fácilmente victima de todos los riesgos de este “lema”, el más capcioso; pues mucho de lo que sonora y frecuentemente es dado por “decisivo” es sólo primer plano de algo decidido desde hace mucho tiempo y su descendencia de fugaz decisión. No obstante, a despecho de todo abuso, la palabra acerca de la decisión tiene que ser dicha en el sentido de una pregunta: si la decisión es entre “ser” y “no ser”, es decir entre conservación de lo presente ante la mano y de lo que sigue impulsando y cesa de tales perspectivas y caminos, o si la decisión es más originaria: sobre el ser y el ente. Pues esa decisión no decide sobre el “ser” sino sólo sobre salvación y pérdida del ente incuestionado en su ser (de la omni-vida de la preocupación moderna por la cultura y el poder).



Tomemos algunas rutas, un orden de lectura, tal vez sólo un traspié. Tal vez sólo un inicio. Podríamos hacer una exégesis de cada texto, exégesis acorde a su horizonte de producción cultural; podemos abonar en un reiterante historicismo (tal vez cada vez más extendido), y, que, nuestros estudios, notas y apuntes, partan del texto históricamente más antiguo.


Pero todo esto es herencia de Kant. Obviamente nuestros resultados vendrían signados por el ímpetu de la forma que pre-forma todo el evento del meditar; que, el propio orden de exégesis, nos obliga a respetar la jerarquía temporal como un precedente, como una causa del discurso del texto sucesivo.


Podríamos tomar el curso contrario, comenzar por Heidegger y que todo sea confirmación de un supuesto, pues que, al partir de un punto, se encuentra ya siempre aguardando la confirmación del mismo punto en la consumación de dicho texto. No la otra orilla, no, simplemente la fatalidad como una historia efectivamente de antiguo precursada.


Podríamos explicar, hablar, ponernos en el lugar del otro, buscar la otra orilla, jugar a la estética de la recepción, a la fenomenología; jugar instituyendo esferas mundiales de lo particular, de la edad histórica donde el horizonte no se desplaza sino que avanza y se abalanza como bruma, como espíritu del tiempo, por encima de los contemporáneos de Shakespeare de Kant de Heidegger. Con esto nada queda salvado, aun cuando que ya tampoco algo se pueda perder. Simplemente se va y se viene. Dulces remansos del ingenio y la desesperación.


Y es que la cuestión, la pregunta que interroga por la decisión, no es la pregunta por los autores, sus contemporáneos o por sus lecturas precedentes; siquiera es la pregunta por su proyecto o inclinación político-ideológica, que ya siempre, cualquier concepto que traigamos a la exégesis, permanece en la totalidad que danza en lo indeciso de sus pasos, su propio ritmo (tal vez ya de antiguo danzado, no sé). Todos estos conceptos permanecen en el mismo estado ininterrogado de la diferencia entre el ser y ente, el ser de un ente concreto, eso mismo signado por Kant como concepto, un absurdo con cara de ciencia, de verdad.


La pregunta interroga más bien por el carácter del nosotros. Eso mismo que no sabemos quién soy, nuestros rostros, lo que sigue olvidando nuestros olvidos, el sí.



Shakespeare


(Ser, o no ser; ésta es la cuestión: si es más noble sufrir en el ánimo los tiros y flechazos de la insultante Fortuna, o alzarse en armas contra un mar de agitaciones, y, enfrentándose con ellas, acabarlas: morir, dormir, nada más, y, con un sueño, decir que acabamos con el sufrimiento del corazón y los mil golpes naturales que son herencia de la carne. Ésa es una consumación piadosamente deseable: morir, dormir; dormir, quizá soñar: sí, ahí está el tropiezo, pues tiene que preocuparnos qué sueños podrán llegar en ese sueño de muerte, cuando nos hayamos desenredado de este embrollo mortal.)


La decisión de Shakespeare viene cifrada en la “nobleza”, sobre si este “signo” puede ser más “noble” en una o en otra cosa, no entre el ser y el ente, no, claro que no, más bien sobre ser o ser ahí en el plus del noble. La tierra.


Es decir, el “ser o no ser” de Shakespeare dice “ser o ser ahí”. Pureza y acto, idea y sustancia, la unidad o lo múltiple, el ser y el devenir en el olvido del tiempo. Ay, la voz, Ay, el poeta, Sus pasos, uno a uno debajo del sol, su voz, debajo de la tormenta de arena. Debajo del tiempo. Así el horizonte tiene dos flechas, de donde mirando cada una de ellas en dirección al norte, resultan ser positiva una y negativa la otra, hermanas de sangre. ¿Sabes?, el imperio del hermano derecho, Apolo.


La primera dice: “sufrir en el ánimo los tiros y flechazos de la insultante Fortuna”.

La segunda explica: “O alzarse en armas contra un mar de agitaciones, y, enfrentándose con ellas, acabarlas; morir, dormir, nada más, y, con un sueño, decir que acabamos con el sufrimiento del corazón y los mil golpes naturales que son herencia de la carne.


Pero ¿realmente existen dos direcciónes?, ¿las flechas de la insultante Fortuna no recorren igual el segundo camino? El hombre, al optar por no-ser-noble [burgues, común] (espera, esto siquiera se pone a decisión), ¿escapa de las flechas del dios Apolo o las Minerva, su hermana? ¿Te das cuenta entonces que siquiera la no-nobleza está puesta en entredicho? ¿Que la decisión ya fue tomada de indigen?


Cuando el sí y el no son fatales, el silencio es vuelve tan culpable…

…pero ojo, no para serlo.


Si convenimos que el “mar de agitaciones” es el largo símbolo del ser ante el no-ser de “sufrimiento del corazón y los mil golpes naturales que son herencia de la carne”, entonces este doble símbolo, el mismo, tengo que ser yo más que yo mismo. Esto es el cuerpo del poeta, o bueno, su cadáver, Hamlet. Por el acabar, la consumación se dirige a las olas de dicho mar, a erradicarlas.


Erradicar es, a las olas, el nihilizar que les niega validez categorial en el frenesí de su carne, de su deseo. La muerte del sí mismo. Podríase decir que Hamlet es un suicida; no, siquiera es un poeta, simplemente es un poema, y bueno, también una personaje de la obra.


Si las olas son erradicadas no lo son en tanto olas, mucho menos en tanto su nunca acontecer. Más bien el erradicar es la di-solución re-posicionante del sí en tanto uno mismo, más allá de las contradicciones. (Pero con esto Hamlet no es sino un cadáver)


El decir que acaba con “el sufrimiento del corazón…” es la consumación de la piedad deseable, un madre para el llanto, un sepulcro para el cielo, una tumba de letras para el poeta.

Pero este decir, ¿desde dónde es dicho? ¿Puede ser des-dicho? ¿Acaso puede llevar a la desdicha? La consumación de la piedad deseable es el plus de goce del propio deseo, el desear de sí que prosigue en la corolario de sus ires y decires, la pluma y el verso, el canto y el texto, el poeta y el poema, el amor y las amados: “morir, dormir; dormir, quizá soñar: sí, ahí está el tropiezo, pues tiene que preocuparnos qué sueños podrán llegar en ese sueño de muerte, cuando nos hayamos desenredado de este embrollo mortal.”


El haberse desenredado de este embrollo es la poesía, el ir y venir sin miedo por los contornos del cuerpo, de la tierra, de la casa de amor del poeta, su palabra, el verbo.


Leemos de nuevo el fragmento:


Ser, o no ser; ésta es la cuestión: si es más noble sufrir en el ánimo los tiros y flechazos de la insultante Fortuna, o alzarse en armas contra un mar de agitaciones, y, enfrentándose con ellas, acabarlas: morir, dormir, nada más, y, con un sueño, decir que acabamos con el sufrimiento del corazón y los mil golpes naturales que son herencia de la carne. Ésa es una consumación piadosamente deseable: morir, dormir; dormir, quizá soñar: sí, ahí está el tropiezo, pues tiene que preocuparnos qué sueños podrán llegar en ese sueño de muerte, cuando nos hayamos desenredado de este embrollo mortal.


¿Qué resta por se comprendido?


Si dijimos que el símbolo del ser, “mar de agitaciones” ante el símbolo del no-ser, “sufrimiento del corazón”, son el mismo, hemos de comprender que estos símbolos no mientan el ser-ahí, siquiera lo señalan. Aquí no se trata de una referencia, más bien de un estado confeccional, donde estos símbolos, si acontecen, es que ya siempre fueron con-feridos desde el ser-ahí de ambos símbolos, la decisión en la disputa entre el ser y el ente.


Estos símbolos, “mar de agitaciones” y “sufrimiento del corazón”, poseen una doble procedencia, procedencia que además confluye del y al sí del centro. Desde un lado el ser-ahí se dice en el “sufrir en el ánimo”, por otro el ser-ahí se dice en el “alzarse en armas”.

¿Dónde el ser y dónde el ahí?


Todavía no lo sabemos. Un horizonte de interpretación de esta cuestión, nos lleva a hablar de la re-signación ante la re-belión. Pero la medida común en resignación y rebelión se juega ya en la esencia de valor del texto, la nobleza.


El ser-ahí dice lo mismo que la nobleza. El ser-ahí es quien realiza la pregunta, quien postula la cuestión. Pero en ese punto, cuando se evidencia que el ser de la nobleza no se encuentra en entredicho, el ser y el no-ser que se invocan en la pregunta no hablan del viento, de la tarde, del destino.


El eterno retorno de lo mismo no dice ser, dice vuelta, re-vuelta, re-torno. El ser no está interpretado en el retornar del retorno, más bien “retorno” dice el ahí del ente, donde éste apare-se.


El aparecer del ente es el fenómeno.

Este fenómeno es la espacio-temporalidad formal del ahí simplemente, no es el ser-ahí. Para que el ir y decir del poeta pueda ser dicho, la fenomenalidad, en tanto impresión, expresión y compresión de la sensibilidad, puede, desde la huella del viento, el sí, im-primir, ex –primir y com-primir la espacio-temporalidad del ente, la apertura al verso desde la forma, lo que funda el ahí del ente en cuestión. Lo que permite la escena, el relato, y el eterno retorno del poema, la posición lírica, la indigencia del poeta en esta posición.


Por eso Ofelia muere, ella otorga el símbolo que precurse el ocaso, el confrontarse a las olas para morir. Su océano, un lago, es la costa del poema, la tierra de su hogar, el lago en medio del tiempo humano, la tierra del poema, el cristal donde el reloj encierra el tiempo, Dinamarca (…)

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