miércoles, 30 de junio de 2010

Siempre fue tu piel mi hogar

En una isla, carente de tiempo,
te vendí, me vendiste.
Fuimos la llama eterna que memora
un crimen que nadie recuerda.
Que nadie contempla.

Ahí inscribimos sombras y destrucción.
Árboles que sólo el viento plantaría.
Yo temía a la bondad de mi dios.
Tú besabas mis miedos,
para de tus besos convertirlos en estrellas.
Aguardamos entonces del fuego a los asesinos,
que vendrían, como siempre vinieron,
a matar el silencio.
A interrumpir el tiempo, a crear el tiempo.
A plegar el cuerpo en su distancia.
A separar el tiempo en soledad y palabra.

Entonces, al no verte, tuve alma.
Solo así conocí desolación y pena.
¡Era tu recuerdo un maldito presagio!
Era el presagio del amor, de sus cenizas.
De un fénix que habitó el abismo de las pupilas de ambos.

Si muero, lo sabrás.
Y es que siempre me supiste al mar.
A donde vaya siempre estás,
donde muera, ya estas muerta.
Siempre fue tu piel mi hogar.

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