martes, 6 de julio de 2010

Polen de la muerte

I

Existe la carne y la putrefacción,
después de ahí el llanto,
la angustia y la desesperación.
La ilusión de un no fin
que prolongue los silencios
entre cielos y cometas.
Reverbera entonces el grito
que aullido de la carne magra
reclama la fijación de su esponja temporal:
la pluma y el escriba,
la piedra y el artista,
que en el curso de las aves
quiere ver transpuesto
del sonido ingenuo
su muerte dolorosa,
de nada. De la música del alma.
Muerte dolorosa, rosa,
sonrojada primera virgen
que reclama la carne, la muerte, la redención,
de ahora recién, el alma.

Creada en el instante de fijación
de la piedra tañida por un poeta transnochado,
del escrito que rompe el arrecife
y en la desesperación inscribe
como ley su propia desesperación.
Silencio, y la tierra fue creada,
silencio y del caos se elevan las olas,
un silbido y después a la sazón de la palabra
el mundo de la tierra fue ejecutado.
No hay cabezas, era la más tierna indigencia
en el asesinato de un hermano.

[Las piedras se montan una sobre otra,
confrontan al cielo que soñaron,
redimen el abismo de donde fueron tierra,
y después todos danzamos su preciosa danza.]

Oh Señor de la plena ignorancia,
concédeme aniquilar mis desvelos
en todas tus respuestas
de escrito y piedra.

Que un día derribaremos
tus píes fundidos en el lodo.
Que un día la palabra será evento
donde el ser transponga tu vanidad,
espejo donde el hombre vio su signo,
vio su más tierna indigencia como soledad
de tu más cínica sonrisa.


II

Explorador del límite,
que más allá del silencio
descubres que aúlla el cristal
–cruel verdad del lenguaje aterido
a su propia magia,
a su propio origen defenestrado,
que de las olas y las piedras
extrajo durante eones repetido
la masa, tierna esencia
de lo siempre sabido como dolor
de la muerte, del llanto asesino –,
dime una palabra que no sangre
al silencio y todos sus mistéricos desiertos.
Tú, explorador del límite,
¡Responde!
¿Quién quiebra el cristal?


III

Confección de los entes
en el clamor de la derrota,
la desbandada de los dioses
y las aves silentes que cantaban
la música de las furias y las ferias:
ojos del lenguaje que fija las piedras
en la sombra del cristal,
que aúlla sólida presencia.


IV

Muerte sin fin
en el precipicio de las hojas
que se llaman al lenguaje.
Que quema sus propias olas,
elipses y del vaso hacemos botella.
Silencio y las bestias se pliegan,
se repliegan en la convocatoria
de todas las formas.
Espíritu taxonómico que angustia
las costas, las llama, las sulfura
y les imprime el signo
de todas las derrotas, del saber,
que de mi mano se provoca toda muerte,
toda vida. Ahora soy hombre.
Del saber que con este puto lenguaje
mato mil mariposas en cada ay
del dolorido pecho del escribiente,
del vientre acalorado y soberbio,
anhelante de las rocas fundidas y su aliento.


V

Rosas, rosas y más rosas.
Un gran campo de ellas,
en el entrecejo de la nada,
en tu entrepierna enterradas,
donde todo
¡Todo he dicho!
no sea sino rosas.


VI

Dulces cadáveres de mariposas,
alas de silencio que transportaron
el polen de la muerte,
sembrador de silencios,
¿Cuándo podremos beber tus rocas?
¿Cuándo de las llamas que del aire
vino hacias
podremos bailar el abismo?

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