martes, 15 de febrero de 2011

En el borde del abismo

En el borde del abismo, todo acontecimiento es igual de esencial, cada instante vivido al interior de la escena del mito es eterno en igualdad. Cada igualdad esencia el mismo destino, desde el primer suspiro, el primer alarido o cada una de las onomatopeyas sustancializadas de nuestro sentido infinito, de alma a muerte, de silencio a escena o cualquier otra palabra que trans-vierta el poema-natural.
Cada palabra insiste el mismo vacío, el de la enunciación original:

Crucifiquemos a cada uno de los de los dioses antiguos. Eso dijo el cristiano.
Crucifiquemos a un hijo de cada tribu bajo nuestro poder. Dijo el romano.
Crucifiquemos cada uno a nuestro propio hijo, dijo el dios.
Crucifiquemos a cada divino, dijo el crónida señor del abismo.

Si recuerdas bien la historia de tu tierra, no tienes nada más que aprender. Pero si aprendes la palabra del mito y ésta retorna a ti para aprender, eres poeta y eres guerrero, fundador de linajes eternos que dominaran toda extensión y ámbito de placer.

Los esclavos no empezaron a sufrir sino hasta que el dios mismo fue el sufrimiento de un mito. Los esclavos no se iban a perder a menos que contaran con uno igual vuelto mito: vuelto mito para el placer que esclavizó lo que restaba de él. Tribus, naciones enteras, vueltas dominio de un mito, de un césar, de un hombre crucificado, de un dios, de un símbolo, de un recuerdo, de un signo, de un billete encerrado en tu bolsillo a perpetuidad para la nación de él. “In God we trust” nunca dice mentira.

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