viernes, 23 de abril de 2010

Creación escénica

Vivir o morir, no son, no están, no habitan. Son fantasmas del instante puntual, del imperio de la presencia. Buscamos algo más que logre… pero no la trascendencia. Es anterior, es interior, es la convocación de aquellos que darán cuenta de los actos acontecidos en un tiempo que es no-ser. ¿Existe un punto dónde preguntar por la creación, la escena, no sea preguntar por la tragedia?
El lugar común nos indica que no, de hecho, con suponer de facto una ingerencia inevitable de la tragedia para con el tema de la creación escénica, de facto no hacemos sino mantener el régimen de dominio categorial que lo griego nos ha “legado” en tanto núcleo de la cultura Occidental, ese murmullo ciego, cargado de premonisiones, promesas, advertencias y amonestaciones a eventos que siquiera podremos imaginar. Sin embargo no se trata de romper con lo griego, requiero trasponer lo griego. Con ello espero verlo, verte y vertirme a la luz de otro origen, de otro punto focal que permita el despliegue de otra represtación. Tal vez seas o estés tú.
Nuestros problemas con los griegos inician desde que perdimos la capacidad de decir nosotros, e incluso peor, de nombrar el nombre en el arrobo del poeta. ¿Nos condenándonos a la liberalidad de la conciencia? No podemos revivir a un muerto, pero sí colocarle su nombre a un vástago. Tal vez nunca llegue a ser, tal vez lo condenemos a la muerte de su vocación. Tal vez le otorguemos un destino, pero el problema no es ese, sino ¿cómo reavivar el coro, cómo darle papel al que puede decir “nosostros” no sólo dentro de la creación teatral, sino ya en el objeto y realidad última de la creación trágica misma: la polis, la comunidad? ¿Cómo hallar de nuevo en tal juego el poder tu persona?
Transponer el horizonte de lo griego no significa salir de él, sino asumir la sombra que ya Platón negó para la posteridad. Sin embargo, hemos de comprender que no requerimos refutarlo. No me hace falta.

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