domingo, 25 de abril de 2010

Turgentes la voces que tu boca expele. De ámbar y amatista la riqueza de sus referenciales.
¿Qué dices? Cosas inconfesables pues la modestia es mi única soberana.
Ahí susurro, por debajo de sus olas, los pecados que cometería en su cuerpo
de tomarla desprevenida. ¡Ah! La belleza del mar que nunca se cansa de mostrar sus encajes y sus filos de plata… pero luego desconfío, las olas sus uñas y muerdo tus piedras…
ahí descubro tu eficaz artificio. Tus voces claman al hueco, y yo no soy sino el bufón de la corte de tus tristezas.
¡Ah! Mi soberana se molesta, extiende su mano a la garganta y sella por mil años las cuerdas de las liras milenarias.

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