miércoles, 21 de abril de 2010

ipses de ave

Te vi y renuncie a tu sonrisa nevadora antes de mirar tu rostro.
Me viste y renunciaste antes de encontrarte en el iris reflexo de tus alas.
Sabíamos que el amor era insignificante, sabíamos que habitaríamos el no del otro.
Los vacíos temporales carentes de destino, de sentido, de tus voces y las mías,
eran el deleite donde las reflexiones se detenían al tres por cuatro.
Era de buscar proporciones a aquello que nada tenía que ver con tus cálculos o mis obsesiones.
Sólo eran nuestras prácticas de vuelo. ¿Sabes?
Eran los signos inexistentes y las insistencias en los nombres de los cuerpos aves,
eran las lágrimas sorpresa de seres que ahora yacen en el lodo,
junto con nuestras ropas celestes del verano anterior.
Ahora como girones de la gloria y banal de la luna,
eran los ecos hermanados en la cadena de instantes,
los silencios de nuestros labios, de nuestras bocas en sus ipses estelares.
¿Cuántas veces nos negamos el afán de perder nuestras miradas?
¿Cuántas veces aguardamos al sol tenebroso de no abrir los brazos y por ello no cerramos los ojos?
¿Cuántas veces no quisimos escapar de los laberintos de nuestros sueños y nuestros delirios?
¿Era sólo para no perdernos en nosotros de nosotros mismos?
Las plantas que cobijarían nuestros actos se sonrojaron de mis torpezas y tus fastidios,
éramos la inercia de los vientos en el intento de sostener nuestras mentes
y no copiar en ellas las páginas de antiguos bestiarios medievales.

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