domingo, 2 de mayo de 2010

Las estrías de la luna

Murió silente cuando fue al nacer,
de la noche amarilla de la luna laringe,
y nacio sin nada que decir.
Habrá que matarlo ya muerto al séptimo día.

De sus armas, enterrarlo con cianuro,
que de su piel insana
la voz metal pulula la palabra ausente,
la de labios frenéticos de mujeres que no amó.

Silente que de la noche eres árbol,
su cabello suena a las hojas yacentes.
Fánticas, así la palabra emerge,
y del ojo de tu hija alfilereada
y la mirada pétrica del ojo del abismo,
en llamas prende el sino y erradica lo silente.

Despues llora en lo gratuito
de quebrar el aire con tu suspiro
o con un breve retumbar, que de las montañas,
aguardan el alivio rítmico de lo húmedo.

Ahora los metales se alfilerean y los venenos
que silente aguardan en su labio,
lo sostienen y lo escupen en el símbolo
mistico de su caida a tu mirar.

Entonces las lágrimas no son,
sino las estrías que la roca milenaria
abisma al retumbar y se pulpa
y se tinta al corroer su muerte.
Así se hizo la mar.

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