jueves, 27 de mayo de 2010

Las palabras de todas las gargantas

En mis venas cabalgó.
De la noche que comulga de la noche,
del cuerpo que desconoce la esencia
levanta el puño y después golpea la tierra.

¡Gritaré tu nombre
al murmullo de tus bosques!
La música se detiene y la luna
en el intersticio de tus dedos.
El bosque responde con el eco
de las montañas que se erigen al abismo.
O la horizontal que se pierde
en el fervor de tus brazos o tus piernas.
¡Silencio!
¡No estabas en ningún árbol!
¡Silencio!
Y la noche cayó en el río deslavando mi alma
o el reflejo de tu rostro en la playa.
Cambiamos de destinos.

II

Tu rostro.
De la noche que comulga de la noche.
De los caballos que comulgan la noche.
De la noche en que tu garganta no era tuya
y donde se placía en sangrar el abismo.
Del sonido que brotó de tus labios,
o de los labios que petrifican la corriente.

No eran los lamentos de tus muertos,
no eran las lágrimas de un país inexistente.
No eran las estrellas de un cielo ahora muerto:
No eran de la noche que comulga la noche
y de los caballos que amaban la luz de tus lunas.

Eran las lunas que sonaba tu garganta.
Era tu garganta desangrada al decir su nombre.
Era el nombre que sonaba el abismo,
y era el abismo infundado que ingiere
las palabras de todas las gargantas
que perdiste en mil vidas
vividas sin sentido.

III

Una palabra cabalga y no es ningún viento.
Un viento se imprime sobre los mares,
ellos evaporan velos en la noche de tu mirar.

Era tu mirar lo que ahora cabalga por los campos
Eran los campos recorridos de tu olfato.
Era el sabueso que murió el barranco.
Era el barranco que ocultó tus huesos un milenio.

Era el milenio de frutas y arenas
que dragaron al último de los vientos.
Era la quietud de tus respiros entre los brazos,
entre los muertos.

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