jueves, 28 de octubre de 2010

VIII

Las más pequeñas maldades son como el fuego.
Al fuego nada lo llama y todo lo enardece.
Se permuta en instantes,
los más secretos del hombre
y… así, está lejos de lo inmutable.
Por esto, las más pequeñas maldades son
en el corazón de los demás.
Sus rostros son difusos.
Su cuerpo es sucio.
Su objeto es mordaz.
Su sinsentido perfecto.
Su muerte es intempestiva.
Su belleza mortal.
Y llamándolas con nada
todo se les elogia.

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